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¿Debería la lengua de signos ser universal?


La verdad es que antes de informarme correctamente yo era la primera que tenía prejuicios en cuanto a esta lengua. Cuando en primero de Hispánicas, en la asignatura de Lingüística, me ofrecieron asistir a unas sesiones de lenguaje de signos, lo hice por curiosidad. Lo primero que me pregunté fue: ¿por qué estudiamos en lingüística una lengua no oral? El poco tiempo que pudimos disfrutar de aquellas clases fue enriquecedor a muchos niveles. Por supuesto no alcanzamos ni un nivel básico en la lengua, pero habíamos superado el primer y más importante obstáculo: entenderla como lengua.


El estudio lingüístico se centró durante mucho tiempo en aspectos orales y a menudo se equiparaba "no verbal" con "no lingüístico". Pero los gestos manuales de los sordos se definen como señales comunicativas intencionales y eso justifica más que de sobra su valor lingüístico [1].


 

La primera de las cuestiones que se nos hacen sobre el tema es si creemos que debería ser universal. Mi opinión no varía en absoluto de la que daría si me preguntasen si deberíamos tener una lengua oral universal. Es una cuestión que provocó mucha polémica hace unos años. [2] Mi respuesta siempre será que no. Como filólogos y por tanto amantes de la palabra en cualquiera de sus manifestaciones, dejar morir lenguas sabiéndolas parte de nuestra identidad cultural me parece una falta absoluta de sensibilidad. Personalmente me impliqué hace dos años en el proyecto de revitalización del Tu'un Savi y dentro de ese grupo aprendí muchísimo: que las lenguas pueden correr riesgo de extinguirse, las razones socioeconómicas de este suceso, el concepto de autoodio, cómo aportar ayuda para remediar (dentro de lo posible, son los propios hablantes los que han de llevar a cabo el proceso) este problema. Habiendo aprendido tanto sobre el patrimonio cultural que supone una lengua y la riqueza que contiene en ella, me parece que un proceso artificial de homogenezación de una lengua como es la de signos, sería ir contra la variedad natural geográfica de cualquier lengua y un proceso contra natura. Además, como bien señala María Ángeles Rodríguez González en su libro Lenguaje de signos [3]: llama la atención la comprensión mutua entre sordos no sólo de ciudades distintas, sino de diferentes países, incluso alejados geográficamente. Pero como bien señala M. Markovicz, los sordos con otros sordos de cualquier país comparten más en común que con los hablantes del suyo propio.


El vídeo que las compañeras del grupo Las manos de la lingüística aporta para que veamos al enfrentarnos a la segunda cuestión sobre cómo concienciar a la sociedad es emocionante. De hecho, me recuerda a cierto debate algo encendido que tuvimos en primer curso sobre el catalán como lengua, porque una de las cuestiones que saqué en claro y que hoy en día sigo teniendo muy presente es: convivimos con lenguas cercanas como el gallego, el catalán, el vasco. Estamos en contacto con ellas. ¡Con la propia lengua de signos! Y sin embargo, nos apuntamos a cursos de inglés. No niego la utilidad de este idioma porque es cierto que está en todas partes (ni de ninguno, al fin y al cabo todos son herramientas de comunicación), pero ¿por qué nos vamos a una lengua tan alejada tanto geográfica como lingüísticamente de la nuestra cuando tenemos cerca otras que de primeras instintivamente podemos entender? Evidentemente la complejidad de la lengua de signos es notoria, pero estoy segura de que no nos resultaría más complicado aprenderla que otro idioma extranjero desde cero. Supongo que cambia la perspectiva y el objetivo: aprendemos inglés porque tiene prestigio (nuevamente factores socioeconómicos) y porque nos sirve para nuestra propia vida, pero la lengua de signos la concebimos como algo con lo que ayudaríamos a integrar a esta comunidad y eso es algo secundario (eso pasando por alto el enriquecimiento que nos aportaría).


Y por último se nos pregunta por nuestra actitud como docentes. ¿Qué sería lo ideal? Aprender esa lengua nosotros mismos. Es un recurso más: como quien aprende a utilizar la tecnología para facilitar sus clases. Si nuestro objetivo último es la educación de nuestros alumnos y su formación como personas, deberíamos empezar dando ejemplo. Ya que tal situación no se dará siempre o no siempre será posible, también podría solicitarse un intérprete para las clases, que según nos dijo Raquel Burraco en la presentación final del grupo Las manos de la lingüística, en su experiencia como subdirectora de un colegio público esto es posible (si bien los retrasos son largos, pero este problema es de administración pública). Con todo, si las dos primeras opciones no son factibles, yo personalmente pediría consejo a los padres del alumno y a alguna asociación local o provincial del colectivo. En cuanto a cómo eliminar los prejuicios del resto de la clase, es importante tener en cuenta esta observación de Moreno Cabrera recogida en el artículo ¿De cuántos signantes estamos hablando? [4]:


El idioma es algo con lo que todos estamos familiarizados de una u otra forma y ello nos lleva a emitir juicios apresurados y no basados en la reflexión y el estudio, sino más bien en impresiones subjetivas, la mayor parte de las veces engañosas, y en ideas inculcadas desde arriba o desde abajo.


Inculcar esta noción a nuestros alumnos es esencial, enseñarlos a informarse antes de emitir o crearse un juicio sobre algo y mostrándoles nosotros mismos las vías para hacerlo, pero para eso es importante que nosotros mismos estemos en continua formación y reinvención como docentes y tener los valores de compromiso y responsabilidad siempre presentes.


 

[1] María Dolores Rodríguez González, Lenguaje de signos, 1.5 El lenguaje de signos: objeto de la lingüística (1992).

[2] Dejad que se mueran (terceracultura.net)

[3] María Dolores Rodríguez González, Lenguaje de signos, 1.14 Variantes geográficas (1992)

[4] Inmaculada Báez Montero, ¿De cuántos signantes estamos hablando? (p. 2)

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