Anem, xiqueta? (diarios, CIV)
- M
- 31 mar 2023
- 3 Min. de lectura
Cuánto tiempo sin pasar por aquí. Diría que estoy (lo estoy, no es ninguna excusa) bastante ocupada y casi nunca tengo tiempo. O energías, que para el caso, es lo mismo. Es difícil encontrar ganas de sentarte y escribir cuando vas a todos sitios sin resuello y para cuando llegas a casa eres una ameba. Pero. Lo cierto es que también he estado pensando... en que mi dolor es a menudo extravagante y mi felicidad, discreta.
Sin embargo y porque este sitio es mío y solo mío y, por tanto, para mí, me parece más que justo dejar constancia de los recuerdos bonitos. Además últimamente intento desarrollar la incómoda (para otros) costumbre de priorizar mi descanso y esto se traduce en más tiempo para hacer cosas que me traen paz o me relajan o me nutren. Y esto es, a menudo, leer. Y de agua se llena el mar.
Las cosas no han estrictamente cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí. Sí que se han ido... acumulando. Por ejemplo, ahora, además de todo lo demás, ya he empezado las prácticas de TCAE. Todos tenemos momentos de duda sobre si estamos donde deberíamos estar (o al menos, dejadme que os diga, deberíamos tenerlos, porque replantearnos de vez en cuando las decisiones vitales nos ayuda a crecer). Yo lo hago casi a diario. Pero más o menos con la misma frecuencia me convenzo de estar haciendo lo que piden las entrañas. No aspiro a más paz que a esa. Mi almohada fresca todas las noches me susurra ilusiones sobre qué tipo de persona quiero ser y cómo, pacientemente y manteniendo el rumbo, me convierto en ella poco a poco. Qué queréis que os diga, tengo tan claro que nací para llevar pijama y zuecos sanitarios como tuve que mi lugar no estaba en las aulas.
Cada vez siento también más fuerte, dentro, la llamada de la independencia. Sí, ya sé que ya era hora. Pero la necesidad es ahora acuciante. Estoy cansada de sobreesforzarme por hacer de esta casa un lugar habitable. No hablaré más sobre ello, simplemente miro al frente y pienso que todo el agotamiento, pronto, se llamará hogar.
Me descubro a mí misma más fuerte. No del modo que solía pensar que era ser fuerte, esto es, encajando los golpes y siguiendo adelante estoicamente tormenta tras tormenta. Qué va. Dejando espacio a las emociones feas, mirándolas, sintiéndolas, poniéndoles nombre y pidiendo ayuda para sobrellevarlas. Parando a tomar aire cuando lo necesito y combatiendo la incomodidad de la culpa, sin evasiones. Ahora muestro mucho más y miro de frente las miradas de disgusto. Las acepto. Pero también y sobre todo me revuelco en el orgullo de los que me ven ser valiente entre todo este humo.
Escucho a menudo a la gente que me quiere decir que nunca me han visto así de feliz. Nunca lo he sido, así que tiene sentido. Pareciera que todos los cataclismos y catástrofes naturales que solían poblar mi vida tuvieran exactamente este cometido.
Llevaba un tiempo odiando menos el clima cálido. Lo recuerdo porque el verano pasado, tan largo y tan terrible, consigo verme más o menos complacida con la brisa de las noches, con el sabor del helado, con lo poco que vi el mar. También observo mi cuerpo y, tras el prisma de otros ojos, aprendo a amarlo. A comprenderlo. Y siento menos a menudo la necesidad de esconderlo. Ahora temo menos al sol.
Estoy en la ribera de la tarde de un viernes y cierro los ojos imaginando qué es la dicha:
Reír con J hasta llorar, el ratito del postre con LJ en el sofá, arrimando el sofá (que no la mesa) después de cocinar y comer juntos; brindar con cava con mi hermano, que I me recuerde que nos guardamos la una a la otra las espaldas; leer toda una tarde, mancharme de pintura las manos; cantar en el coche, sentir la red de apoyo; María.
María y yo preparando el almuerzo. Tumbadas en el césped. Tomando café en el patio. Leyendo en la cama. Llorándonos las rabias. Jugando a videojuegos. Paseando sin rumbo. Sujetándonos las costuras abiertas. Sorprendiéndonos. Mirándonos a través de una habitación. Reinventando todo lo que sabíamos sobre el amor.
Imagino qué es la dicha y pienso: todo lo que me sostiene en este intento.
Atentamente,
María...
También.





¿Qué María?