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un amor tan grande (diarios, CXXIV)

  • Foto del escritor: M
    M
  • 19 dic
  • 3 Min. de lectura

Llevo mucho tiempo posponiendo este momento. Pero es injusto por ambas. Escribí entre mis notas que tenía en la garganta algo con forma de llama, un ovillo de fuego que si no dejaba ir, nada de lo que escribiera sería verdad.


Al haber dejado pasar algunos días ya no escribiré desde la vorágine de dolor que todo lo consume. Otras ocasiones, en las que me han partido también el corazón, he sido capaz de hacerlo. Sentarme frente a la página en blanco y entrar en ese trance que me vacía y me permite respirar algo mejor aunque justo después de clicar en publicar me falte el aire. Pero este dolor. Este dolor tan grande...


Es por este amor tan grande. Te voy a llorar porque no sé hacerlo de otro modo, pero mientras lo hago voy a hablar de lo que mereces: de tu presencia que siempre será eterna y ubicua. Y del legado que ahora has dejado en nosotras y honraremos lo mejor que sepamos.


Tus huellas siguen estando en todos los huecos del sofá y de la colcha si yo los miro. Y hay migajas de tu pienso favorito junto a la calatea. Si lo pienso lo suficientemente fuerte, hay migajas en mis manos de cuando has comido de ellas. Nunca he sido tan digna de nada como cuando tu naricilla y tus bigotes me rozaban las palmas. Sigo llevando con orgullo tu pelito tricolor en toda mi ropa negra y cuando la gente me lo afea solo pienso que ellos, pobres de ellos, no lo entienden. Pero no importa.


No importa porque aquí sí lo hacemos. Entendemos los nudos en la garganta, las sonrisas tristes al ver a otros, lo imposible de no romperse en pedazos muchos días... pero no, no es eso. De verdad que no. Nos he prometido no hacernos eso a ninguna de las tres. He venido a hablar de otra cosa.


De tu peso cálido de madrugada sobre cualquier parte de nuestros cuerpos que te pareciera cómoda. De tu patita tocándonos aunque hiciera calor y no quisieses estar tan cerca. De tus ojos de selva y cristal, de tus orejitas desiguales y hacia atrás cuando te enfadabas. De tus almohadillas, tu colita y tus maullidos, sobre todo los más tontos. Tu manía de seguirnos hasta dentro de la ducha. Tus mordiscos, tu manera de apoyar la cabeza en cualquier mano sobre un ratón, siempre técnica informática. Tu obsesión con María, que probablemente yo entendiera mejor que nadie y por eso siempre, entre nosotras, nos entendimos bien. Es nuestra preferida.


Déjame decirte que pese a esta pena te tengo en todo el cuerpo como un bálsamo. Que has hecho y sigues haciendo la vida mejor porque no sabes hacer otra cosa, porque solo te recuerdo y tu calor me hace sonreír y me amartilla un pensamiento: qué suerte hemos tenido de tenernos, qué suerte que estuvieras en mi vida y qué suerte de poder recordarte para siempre.


En el pisi tendrás un rincón de honor pero sabremos que estarás como a ti te daría la gana: en todas partes.


La nevera parece que se ha arreglado; ya no hace un ruido raro al abrirla. Fatal, me gustaba más antes. Todavía dejo las puertas abiertas por si te enfadas si no. Y cuando como pavito, te doy a ti también. Siempre. Todas y cada una de las veces. Porque eres mi niña mimada.


Te quiero con toda mi alma, Lola. Y lo haré cada día de esta miserable vida que tú has hecho habitable tantas veces y para siempre.


Siempre tuya,


María.


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