Booking me recuerda que casi huimos (diarios, LXXXVII)

Cada vez que me insta a terminar la reserva tengo el impulso de irme a cualquier parte porque en estos días ir donde quiera que sea sola significa llevarte. Pero supongo que encerrarme en un hotel donde deberías estar a llorarte es demasiado hasta para mí. Hasta ahora, al menos.

Hoy me he pintado las uñas de los dieciséis millones de colores que llevaba una tarde en tu casa en que te llevé donuts de colores e hicimos un poco el imbécil, como de costumbre. Estos días atrás los recuerdos quemaban y no podía permitirme algo así. Pero vengo notando en las últimas horas que me resguardo en ellos ahora.

Por ejemplo, un club motero perdido de la mano de Dios, o la primera vez que te dije que estaba enamorada de ti, nuestro primer beso o la sensación que ojalá nunca jamás olvide de despertarme contigo al lado en el colchón. Escuecen como sal en la herida, pero no quiero vivir en ningún otro sitio.

Siento el monotema. LJ lo lleva peor que cualquiera que solo me lea aquí, créeme. Camina conmigo por las calles vacías, de mañana, de noche, da igual. Me agarra fuerte la mano y no me dice nada si de repente me echo a llorar. O si le cuento lo patética que soy cuando no debo. Menos mal. No estoy segura de si alguien más contestaría al otro lado de una conversación donde solo sé nombrarte.

No sé qué hago aquí a estas horas. Tengo muchas (por supuesto) cosas pendientes aún hoy, pero he llegado al mediodía muy cansada y supongo que con menos fuerzas para pelear contra la tristeza. Da igual, de todos modos. Es decir, tampoco hay alternativa. Así que ahora empezaré de nuevo como si no hubiese llorado a mitad de la jornada. 6 PACs, 30 tests restantes, manual de RCP y DEA. Cualquier cosa que me sepulte hasta la noche, donde hago lo único que realmente me deja respirar estos días: dormir. Porque todavía no sueño contigo.

Mañana sonarán dos canciones mientras Z me tatúa.

Atentamente,

María