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contra todo pronóstico (diarios, XXIII)

  • Foto del escritor: M
    M
  • 19 jun 2020
  • 1 Min. de lectura

Sigo aquí. Sabéis de sobra que cuando pierdo el control del barco soy incapaz de contar nada sobre los naufragios, al menos hasta que llego a alguna isla desierta donde ya no queda nada pero sigo viva. Así que sí: dejé de tripular en medio de una tormenta. Qué os voy a contar sobre perderlo todo (otra vez).


No estoy en tierra firme, perdón por las metáforas. No suenan las canciones con las que solía huir y las érase otras veces también se las tragó el mar. I should've known. Sabéis que Lorelai-I'm-sorry-can-I-get-an-industrial-forklift-for-my-emotional-garbage-Gilmore es mi segundo nombre, sobran un poco las explicaciones sobre cómo he terminado así.


Tengo una balsa. Está hecha de restos y con toda probabilidad me devuelva a la isla, pero la he construido yo y flota, así que qué carajos. Esto no se maneja del todo bien, es difícil controlar el rumbo y vivo con el miedo de que en cualquier momento alguien me señale que voy dando tumbos. Claro que R puso el parche aquí recordándome que si alguien me dijese lo ridícula que soy yo respondería: ya, pero al menos no soy cruel.


Porque a pesar de toda la culpa que arrastro sé que no soy cruel y sobre eso podéis redactar tratados si os parece, porque no me importa.


Me he emborrachado, he fumado y he bailado. He bailado, R. Tuve la opción de sentarme o bailar y bailé.


Supongo que es un (otro) principio. Mi supervisora, hablando de su hija, dijo el otro día: ¿pero cuántas veces puedes volver a empezar?


No se lo dije, pero lo pensé fortísimo: todas las que sean necesarias.



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