En septiembre también florecen las amapolas (diarios, C)
- M
- 25 sept 2022
- 2 Min. de lectura
Me he hecho de rogar, eh. Un poquito. Con la centésima entrada. He de decir que no ha sido por voluntad. A veces se te agolpan las palabras en la garganta o, en mi caso, en las yemas de los dedos, y no sale nada.
No importa, de todos modos. Siempre he sido muy paciente. A veces me quema la prisa, claro. Pero en cuanto hace callo en la piel, vuelvo a ser capaz de coger aire y recordar que no funciona a golpes como una televisión antigua.
El verano ha sido... Tumultuoso. Quizá también es eso: cuando ocurre demasiado, apenas me da tiempo a atrapar las palabras en el aire. Casi siempre es mejor dejar que caigan y se posen y entonces recogerlas.
También ha sido árido en muchos sentidos. En este, por ejemplo. Carraspear y que no salga la voz.
Las algas de la orilla de septiembre me agarraron los tobillos y tropecé, me llevó la corriente, me perdí. Pero las rocas siempre encontramos el camino a casa.
Sigo en alta mar, no voy a engañar a nadie. Lo que ocurre es que ya siento un poco más en las manos el timón; ya no me hundo atada a un ancla, ya no me llevan unas y otras olas en direcciones opuestas hasta impactar conmigo misma, ya no hay tormenta perfecta.
Pensándomelo mucho, por supuesto, pero coso heridas abiertas del modo en que hay que hacerlo: separando un poco los bordes y limpiando por dentro, que es la única forma de que cicatricen bien. Y con una cerveza en la mano, eso marca de la casa.
Espero haber vuelto, de algún modo. Aunque sea a este decir sin decir tan mío.
No puedo decir que sepa dónde voy, pero como canta con esa voz que me parte el alma Valeria Castro: a mí me lleva el corazón, y el viento. Y con eso hoy basta.
Atentamente,
María





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