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Fogonazo (diarios, CXIV)

  • Foto del escritor: M
    M
  • 13 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Recuperando los momentos luminosos del verano de 2022, versión amigable de todas las estaciones.


Agosto me pone melancólica siempre, eh. No solo desde Folklore. Siempre me ha dejado un poco aletargada, pensando en atardeceres, mordiendo nectarinas, cegada por el reflejo del sol en el mar aunque fuese de memoria. El caso es que este concretamente me estoy dejando arrastrar por una tristeza caprichosa que me retuerce el estómago por todo lo que aún no tengo. Hoy no me da la gana.


Cuando lleguen los ríos que temo, cruzaré los puentes que construya. Así que hoy voy en el bus de camino al trabajo que el año pasado no tenía, en la última semana que precede a las vacaciones a las que no podía aspirar, con unas preocupaciones que me resultarían irrisorias el año en que todo saltó por los aires. Por eso, aunque en esta casa ya no se niegan emociones, tampoco se las deja mancharlo todo. En 2022 no tenía apenas nada y me sentía libre. Miserable y libre. El abismo bajo mis pies se me antojaba un mar de posibilidades tan grande, tan temible como atrayente. ¿Ahora que le estrecho la mano firme a la vida me voy a volver impaciente? Nunca lo he sido. No me merezco darle tan poco crédito a mis logros. Paladearlos siquiera.


No solo este trabajo. El carnet del coche que tanto sufrimiento me sigue costando mantener, que intento honrar para comprarme el puto coche propio este otoño. Los síes. Joder.


Voy a planear una fiesta descomunal para mis síes. Por dejarme llevar de la mano a los sitios, tirarme, por ya tener miedo a todas las versiones que aún no he sido. De un tiempo nada desdeñable a esta parte la vida ha sido pocas veces fácil pero innegablemente amable si la dejaba.


Granada ciudad, Granada en la sierra. La nieve cayendo en espectáculo sobre nosotros. Acurrucarnos los tres en el sofá. La boda que tanto miedo me daba en 2023 y en la que entré con pie tan seguro, mirando a María de lejos ser la mujer más guapa de todas las fiestas por celebrar. El peso cálido de L mientras ronronea sobre mí cualquier madrugada. Disfrazarme con mis amigos (perderle el asco a disfrazarme, ya que estamos) para descifrar un asesinato. Llorar de risa con ellos. Hacer maquetas con AJ, doblando esquinas de papel con las uñas y creando de la nada (estoy deseando volver). ¡¡Engancharme al romantasy!! —con cuánto capullo he salido y qué capulla he sido yo al dejarme salpicar de todos esos prejuicios; cada día que pasa me aburre más cualquier tipo de presunta superioridad. Charlar, gritar, patalear con mis amigas por hombres ficticios; llorar por ellos también. Salir de fiesta, bailar, la petaca preciosa de F. Y no me quedo aquí, voy más atrás: el campo de B, las películas de miedo, las pizzas caseras. Pasar tiempo con él, aunque sea peleando tontamente por el sitio en el sofá o lo que inventemos. Volver a tenerlo cerca como pensé que ya no. Las citas. El sushi con los que ya no son compañeros de trabajo y por fin ya sí, son amigos. Las películas con K, los peluches, su mano calentita en la mía. Los desayunos con LJ saltando de un tema a otro, sus abrazos que no tienen comparación posible. Hablar de la vida adulta con J, con no conformarnos ya y pese a todo seguir siendo igual de tontísimos que cuando nos conocimos (creo que con nadie experimento como con él la sensación de que el tiempo pasa y no a la vez, somos otras personas y podemos tocar con la punta de los dedos quienes fuimos y sentir pura ligereza vital). Perderle el miedo a los reencuentros. La playa en febrero con amigos, la cerveza, los juegos, el frío. Y cómo no, el universo entero con María, que se lleva por sí solo el protagonismo de muchos de mis textos aquí: el hogar de piel, las recetas de novias, los llantos, las lentas pero firmes reconstrucciones, el ASMR de L comiendo snacks de medianoche, las infinitas bromas internas fruto de pasar tanto bendito tiempo que como si fuésemos dos amigas en la infancia, la maravillosa realidad de no ser en absoluto dos amigas en la infancia, haber reinventado el placer, el deseo, la identidad y la intimidad a base de amarla.


Este es mi reino. Y sí, tengo sueños grandes que me llaman como una sirena. Pero no tengo demasiado que lamentar a estas alturas. Así que me recuerdo: sé firme en tus metas y flexible en los caminos para llegar a ellas.


Atentamente, María.




 
 
 

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