porque no sé hacer otra cosa (diarios, XLII)

Por eso escribo. Por eso he terminado hoy un libro, aunque haya tenido que cerrarlo al ver que mencionaba a los White Stripes y a Uma Thurman en Pulp Fiction. Por eso he abierto esto al acabar el libro, justo después de...

Me ha escrito David. David es, aparentemente, mi nuevo psicólogo. Digo aparentemente porque todavía tengo que decidir si nos va bien y me quedo con él en terapia. Y también porque no hemos tenido aún la primera sesión. La cuestión es que tiene que estar aislado 10 días y me ha escrito hace un rato para decírmelo y, mientras le contestaba que esperaba que estuviese bien y no fuese nada, me estaba echando a llorar. Pensaba que no iba a ocurrir porque ayer lloré 11 pañuelos, 3 horas y media, y se me ocurrió que eso sería todo, al menos para el llanto. Pero estoy triste todo el día y al final lloro si David me pospone la cita hasta el jueves que viene. Supongo que así serán las cosas en adelante durante un tiempo.

Un alumno de mi madre ha venido a traerme sus deberes para que se los corrija y me ha pillado llorando a moco tendido. Me ha parecido ridículo. Ridículo corregir modales perfectos cuando solo siento dolor. Ridículo pensar en que voy a necesitar corrector en los ojos porque en media hora tengo clase en la autoescuela y mi necesidad de mantenerme ocupada es más acuciante que mi necesidad de encerrarme.

Ha llegado otra tanda de deberes que corregir y sigo replegada sobre mí misma, con los ojos rojos, incapaz de mirar directamente al desastre más de dos segundos seguidos.

Capítulo 43 de Partir, Lucía Baskaran. Esta noche volveré a leer sobre la ansiedad, aunque creo que he sobrepasado ese límite ya también.

Miro mi semana y me parece de mentira. Así que sigo mirando la luz blanca fija de mi móvil mientras carga, que indica que, como era de esperar, nunca más.

Pero yo sí te escribo.

Porque no sé hacer otra cosa.

Atentamente, María