¿Te he dicho alguna vez que me gustan los adosados? (diarios, LXXX).
- M
- 28 abr 2022
- 4 Min. de lectura
No sé cuántas veces me he echado a llorar hoy. Echar a. Romper a. No es lo mismo que solo llorar. He empezado, pero me he obligado a seguir fingiendo que esto no duele tanto como para no poder seguir. Y joder, cómo duele. No quiero volver a leer eso de que llore lo que necesite porque si de verdad lo hiciera no pararía nunca. Es absurdo. También estoy cansada de decir que no, que no quiero hablarlo. ¿Quién quiere escuchar lo que de verdad me apetece decir? Que te echo de menos, que no quiero hablar mal de ti, que no quiero contarle a nadie cómo nos amamos en las sombras porque eso es solo nuestro, aunque nuestro no vaya a significar nada parecido y ahora solo sea algo muy doloroso y extraño. A quién voy a contarle que te quiero y que me da igual que se suponga que saldré adelante porque no quiero ir a ningún lado donde no te encuentre.
Así que durante este ratito que me voy a dar por las noches, la verdad es que no me gustaría hablar con nadie. No quiero que nadie entre y me recuerde que no puedo guardarlo todo porque ya sé el daño que me hace. Pero me paso cada hora que estoy despierta apartando con manos invisibles cada cosa que me recuerda a ti. Ojalá solo me recordaran a ti algunas. Pero estoy en clase y vemos un aparcamiento y yo pienso en aquella noche en que en ningún bar había sitio y comimos en el parking del BK porque daba absolutamente igual, ahí estábamos nosotros. Nos creía invencibles. De verdad.
Supongo que no es raro, ¿no? Siempre he sido de los dos la que más sueña. En gatos que ya no quiero, en guitarras aguamarina, en que podríamos. Dije que no me importaba lo difícil que pudiese ponerse el camino, pero no contaba con caminarlo sola. Alguna vez intenté imaginarlo. Traté de pensar qué sentiría si. Es curioso, ni siquiera me acerqué. Sigo siendo la ilusa, ¿verdad?
Por eso no puedo evitar ver la hora mágica otra vez y pensar en ti. Porque he pasado por delante de donde grabaron esas dos palabras en tu reloj y cómo no voy a pensar tu nombre como un hechizo extraño que pudiese deshacer las horas.
La vida es muy hija de la gran puta. Eso sí lo sabes tú. Hoy he tenido que callejear un poco para un recado y he pasado por el sitio donde volviste a besarme. Cómo escuece. También he visto una pared donde hace mucho nos enredábamos. Y muchos adosados. Mi carrete vuelve a estar lleno de fotos que no encuentran salida. He pensado abrir una carpeta y llamarla putadas.
Sigo tan triste que me cuesta levantarme. Tengo escalofríos, me tiemblan las rodillas, me duele el cuerpo entero. Es como si mi organismo no parara de mandar señales de alarma, pero no les hago caso. Lo siento casi al límite, pero le recuerdo que aquí arriba también lo estoy. Y caminamos por el borde. Tengo 38,1 ºC y un dolor en el pecho con tu silueta. Un café, un filete, y un huevo duro. Sé que lo dirías. ¿Pero qué más da, si no vas a decirlo?
Ya te lo dije ayer. Ojalá pudiese enfadarme contigo. Siento una rabia informe contra no poder escribirte a horas en las que ni siquiera te escribía.
Anoche sonaba en mi cabeza The last kiss cuando me despedí. I thought we'd never have a last kiss. Al menos elegí cuál. Hay demasiadas últimas veces que me hubiera gustado atesorar. En este lado de la frontera, donde el golpe no se ve venir, todo es mucho más confuso. Necesito siglos para decirte adiós. Pero no quiero, joder.
Suena esta tarde Holy ground. La geografía de los lugares sagrados: aquellos que pisamos juntos.
Y ahora se escucha Lisboa, de Russian Circles. Porque la vida también es muy irónica. Y yo una cínica, claro.
Este día ha durado tres otoños, como dice aquel dicho japonés. No quiero salir de la bañera y tener que dejar de llorar. Tampoco quiero ponerme otra vez esa ropa de que no pasa nada. No quiero salir y que no estés.
No sé cómo se hace. Contesto a los mensajes diciendo que estoy bien. Que no soy la primera ni la última a la que le ocurre. Pero eso es una mierda. Es una gran mierda. Porque no habrá más yoes a los que tú dejes ir del parque, que se vuelvan a mirarte y que se echen a llorar porque tienes una sonrisa demasiado bonita como para no llevarla más en la cartera. Y no habrá más tues. No los habrá. Todavía quiero esa amapola. ¿Por eso nunca la dibujaste?
Una mierda. Tanta, tanta mierda que el mundo entero es un estercolero. Que el cielo ya no es bonito. Tanta mierda que podría hacerme un palacio de mierda enorme porque no quiero volver a escuchar que saldré adelante. La verdad es que no me importa lo más mínimo. Solo me muevo por la inercia de la hostia.
¿Con quién voy a hablar si teníamos un lenguaje solo entre nosotros? Quién entendería mis palabras. Cuando no me lees escribo para no sentirme sola en medio del vacío. No nos soltábamos ni en plena caída. Ahora no me sale la voz. Pero eso tú ya lo sabes. Porque me sabes. Porque te sé.
Atentamente tuya, claro. Como si pudiera ser de otra manera.
María.
Pdta: si cuando estás conmigo no te tiembla la mano. Dime, ahora, ¿te tiemblan tanto como a mí? ¿Tienes las manos frías?





Comentarios