Un mundo extraño (diarios, LXVII)
- M
- 11 sept 2021
- 2 Min. de lectura
En breves tengo que ir a casa de I a ensayar un vals de princesas que llevo rato viendo en bucle y tomando notas de los pasos. Me quejo mucho de muchas cosas, pero cuando trabajo se me regulan solitos todos esos químicos del cerebro que hacen que normalmente esté para jubilar de la vida de persona cuerda. S, mi antigua psicóloga, decía que era porque huyo de todo así, que uso el trabajo para esconderme. Espérate tú a que sea enfermera. Ja. De vez en cuando miro mi adolescencia ardiendo y me pregunto cómo cojones hice tantas proezas con todo mi mundo en llamas. No está tan claro que sea un misterio. Me hacía un estudio en medio del incendio donde el humo no entraba y desde ahí podía dirigir el mundo. Ahora intento hacer malabares.
A lo que iba. Sigo sin reconectar. Lo intento, juro que lo intento. Hablo con gente, escucho, escucho, escucho, cuento historias, me abro en canal, hago planes, me involucro. Y da igual. De repente llegan otra vez esas horas y estoy llorando mientras me sirvo un vaso de agua preguntándome si hay alguna manera de hacerlo bien. ¿Hacer bien el qué? Yo qué sé, mi vida.
¿El ansia de irse para alguna vez? Se lo preguntaré a R. Pero demasiadas canciones demuestran lo contrario. La semana que viene tengo que verla. Es una necesidad visceral.
Por otro lado, los atardeceres con G son lo más parecido a una religión que he conocido. Qué improbabilidad que dos personas tan cansadas (que no rotas, o sí, según el poema) miren al cielo todos los días a la misma hora y sigan adelante solo con la certeza de que mañana habrá otro.
Hoy quiero leer, pintarme las uñas, ponerme guapa para ir de la mano de F, organizar un poco la agenda y también, por supuesto, darle vida. A veces funciona al revés. De fuera hacia adentro.
No estoy sola. Me lo recuerda mucha gente cada puñetero día de mi existencia. Os recuerdo yo, ahora, que igualmente, cada puñetero día de mi existencia peleo a puños desnudos con mi cabeza. Este lugar aún inhabitable. Todos. Y mis voces gritan muy fuerte, por eso a veces no os creo. Pero sé que estáis. Y os doy las gracias.
Voy a seguir girando en este caballito extraño, en este carrusel extraño, no sea que al parar me paralice yo. La única forma de bajar para mí es en marcha, dando un salto. Siempre saltando al vacío. Siempre. Con el miedo como compañero de viajes espaciotemporales.
En bucle la canción con la que K me sacaría a bailar en una prom party.
Atentamente, María





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