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Ventanas abiertas (diarios, LII)

  • Foto del escritor: M
    M
  • 29 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 30 abr 2021

Continuamente miento. Digo que sí, que madrugar y aprovechar las primeras horas del día me hace sentir más viva. Pero no es del todo cierto. Vivo esas horas, y el resto del tiempo, largo, tedioso, insufrible, es lo que recorro con pasos pesados hasta que llega por fin una hora aceptable a la que irme a dormir.


No cometo errores graves. No me salto entrenamientos, no me autoengaño con los ejercicios, no soy permisiva con lo que como porque tenga un mal día. Trabajo.


¿Y entonces?


Entonces todo lo demás, una tristeza contenida que siento desde los dedos de los pies y no se va nunca.


Cometo otros errores que no son precisamente leves, claro. Por ejemplo, se me ha escurrido abril y no he pintado, no cocino por placer, no me establezco horarios para hacer los tests de la autoescuela, no organizo nada de lo que debería, no abro conversaciones, no leo conversaciones, no le pregunto a mis amigos cómo están, no, no, no...


Así que no siento que nada compense. Es como si tuviese que hacer estallar demasiadas burbujas de jabón y no tuviese suficientes dedos.


Toda mi vida va sobre no sentirme suficiente. Y sobre no saber pedir ayuda porque no sé siquiera qué decir que va mal. Yo, simplemente, supongo. Como de hace ya demasiado tiempo a esta parte.


Tengo una losa de culpa sobre el pecho que solo me deja dormir, hacer los ejercicios, negarme cualquier cosa que me apetezca y dar clase. No hago nada más, me siento mal y como me siento mal no hago nada más.


Solo quiero cerrar los ojos, decir que no, llegar al domingo y acurrucarme en la cama sin que nadie espere nada más de mí. Hasta entonces, dos días. Hasta entonces no puedo bajar las persianas. Hasta entonces, ventanas abiertas.


Atentamente, María



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